domingo, 11 de marzo de 2012

Cuando las apariencias engañan

Formalmente, una serie de etiquetas o liturgias sociales acostumbran, en ocasiones, a ayudar a nuestro indefenso cerebro a estructurar un pensamiento... equivocado.

Por ejemplo, ver a un señor vestido con un hábito negro en una sala impersonal, unido a la información de que ese señor es un juez, puede llevarnos a cometer un error que más tarde podremos lamentar. El asunto puede tener componentes que agraven la situación: el gesto adusto del señor del hábito, o quizá su porte, o tal vez el gesto ampuloso al mover las amplias mangas del hábito, diseñado a modo de capa de gran vuelo y que confiere una falsa sensación de majestuosidad al individuo enlutado.
El error que con excesiva frecuencia suele cometerse consiste en esperar que cuando el señor termine de decir frases incomprensibles para la mayoría de los mortales, tecnicismos varios, gesticulaciones severas y fruncir el entrecejo, de sus ojos emane una  especie de zarza ardiente donde se halle la Justicia. Porque entonces, y justo entonces es cuando va y la pifia.

Ese es el momento mágico. Es cuando los tópicos y la imaginería social se nos vienen al suelo y nos asalta la duda más vieja del mundo: ¿el señor del hábito negro y embellecido con puñetas, es un ser básicamente bobo o básicamente malvado?

Hace ya muchos años, en un país muy lejano, habitó un señor que tenía un hábito negro con puñetas. Y por razones -quizá- del destino, le tocó instruir el sumario judicial con las investigaciones encargadas de averiguar, quién, cómo, cuándo, porqué y donde, decidió asesinar a 2000 españoles, consiguiendo 192 asesinatos consumados y 1853 en grado de tentativa, que resultaron mutilados física y psíquicamente.

Aquél señor admitió un día una prueba que identificaba sin dudas a los autores materiales de la masacre. La prueba consistía en un coche Skoda Fabia  preñado de ADN islámico. Tan buena era la prueba que el señor del hábito negro decidió unirla a su sumario. El coche había sido encontrado en las inmediaciones de la estación de tren de Alcalá de Henares, tan sólo 3 meses después de los asesinatos. Todo un éxito de la policía, naturalmente.

Hubo una ocasión, en la instrucción del sumario, que resultó vital para la investigación. Se trata del momento en que sin que nadie sepa quién lo ordenó y quién lo realizó, la escena de la matanza desapareció. Si. Tal cual. Ni rastro.
De hecho, cuando durante el juicio, las partes personadas solicitaron una prueba pericial sobre los restos encontrados en los focos de las 12 explosiones, el señor del hábito negro que instruía el sumario, sólo había conseguido un par de clavos oxidados y un poco de polvo de un extintor. Dijo que no había nada más.

Un tiempo más tarde, el Cuarto Poder consiguió demostrar con enorme eficacia, que el coche Skoda Fabia no estuvo donde el señor del hábito dijo. Un periodista acreditó tan fehacientemente la falsedad de esa prueba, que el señor del hábito negro se vio en la necesidad de reconocer que no era posible demostrar que el día de los asesinatos el coche estuviese donde dijo la policía.

También, un tiempo más tarde, el Cuarto Poder consiguió localizar no unos clavos, sino todo un vagón del tren donde explotó la bomba de una de las estaciones. Si, si: uno de los desaparecidos.

El señor del hábito negro, con las mangas adornadas con puñetas, aún no ha preguntado por qué el coche que era una prueba falsa tenía ADN real de los sospechosos, y tampoco lo más inquietante de todo: ¿quién con acceso al ADN puso la prueba falsa?.

Tampoco ha preguntado quién y porqué escondió todo un vagón de tren, escenario del mayor atentado de la historia en la Europa no bélica.

Y la pregunta es inevitable: ¿el atrezzo de hábito y puñetas en éste caso, fue  para decorar a un bobo o a un malvado?

Y sólo una respuesta es posible.
Porque cuando un juez se deja escamotear un vagón de tren en sus narices, o que los coches con ADN islámico con denominación de origen, aparezcan y desaparezcan sin molestarse en preguntar siquiera quién le anda vacilando, la respuesta es una y unívoca.